El barco zarpó desde Barcelona. Navegamos toda la noche y durante todo el siguiente día hasta llegar a Túnez. Para entonces, gran parte del pasaje nos habíamos conocido. La primera sorpresa es el ambiente familiar pues son muchas las familias que reúnen dos y tres generaciones: abuelos, hijos, nietos. Algunos de estos grupos reunían veinte o más miembros para celebrar bodas de oro, cumpleaños o, simplemente, reuniones en alta mar por el placer de viajar. Algunas parejas de recién casados son también protagonistas del pasaje.
Primer desembarque en Túnez, un lugar que fue dominado por los fenicios antes que por los romanos. Cartago, piedra sobre piedra, ruinas milenarias, muestran algunos recuerdos de gran calado como el anfiteatro, El Djem, el mejor conservado del mundo. La mirada se desliza por los inteligentes sistemas de regadío romanos, todavía en uso. Los paseos por la empinada ciudad ofrecen la belleza del contraste del blanco y el azul: cielo, mar, puertas y ventanas azules resaltan sobre el encalado de las paredes de las casas tunecinas. En los cafetines, dispersos sobre las terrazas del terreno, se llenan de aromas de las pipas de agua. El milenario zoco recuerda a tantos otros zocos del vecino Mediterráneo. Túnez fue un importante destino turístico. Ahora sufre los lances del terrorismo islamista…
El barco hace su segunda escala en Malta, un país de 316 kilómetros cuadrados hecho de piedra caliza blanca, donde los antiguos habitantes abrieron cavernas para cobijarse. Hoy, todavía, se extraen piedras de sus canteras para completar la configuración de su construcción llena de belleza y armonía. La cultura megalítica en la Edad del Bronce, dejó numerosos templos que no tienen precedentes en el Mediterráneo. La Valletta nos cobijó hasta las ocho de la tarde, hora en que partía el barco rumbo a Messina en la isla de Sicilia. La navegación nocturna y la imaginación nos llevan a las películas italianas en las que se veían a las familias sicilianas que se amaban y odiaban al mismo tiempo. Rencillas que se resolvían en entierros, también en bodas o en bautizos. Encuentros y desencuentros, al fin.
Tras un recorrido de cuarenta minutos en tren, se llega a la bella y romántica ciudad de Taormina que está situada sobre el nivel del mar a más de 200 metros. Con algo más de diez mil habitantes, Taormina se muestra a los turistas sin pudor. Se encuentra en el límite de la provincia de Catania y se extiende por el monte Tauro, un balcón sobre el mar y frente al volcán Etna. Su nombre viene del griego, Tauromenion.
Tiene un centro turístico muy importante ya que el refinamiento por el arte italiano está presente en las fachadas de los edificios, en los escaparates donde se exhiben los más exquisitos elementos que se aprecian en los mínimos detalles. Pero la mirada se distrae hacia la escarpada costa donde se exhiben las más bellas mansiones –algunas de los capos más famosos-. También se ven algunas construcciones semiderruidas que demuestran que la mafia siciliana es tan añeja como la propia isla. Nos dicen que en Sicilia no se puede pronunciar nunca la frese “no existe”. Trae mala suerte. No supimos descifrarlo.
Un clima templado confiere a Taormina una exuberante vegetación floral que explota en balcones, ventanas, escaparates. Todo es colorista y primaveral.
Mientras recorríamos el teatro de Taormina, también conocido como Teatro griego o greco-romano nos sorprendió un violento aguacero que hizo que corriéramos a refugiarnos en el foso. La situación privilegiada del teatro permite contemplar la localidad de Giardini-Naxos y el volcán Etna.
Aunque el teatro se construyó en época helenística, se reconstruyó en tiempos de la dominación romana. Lo utilizaban para la lucha de gladiadores.
Nuestro próximo destino Nápoles y nuestra primera visita a la ciudad de Pompeya y descubrir cómo vivían los primeros moradores: cómo se organizaban, cómo comerciaban los pompeyanos hace más de mil quinientos años. Muchas inscripciones talladas en las piedras nos descubren palabras que utilizamos en nuestra actual lengua. Muchas relacionadas con el sexo o la prostitución.
Más tarde nos dirigimos, en otra embarcación, a la isla de Capri, pero antes, desde un funicular, pudimos extasiarnos al mirar la costa de Sorrento izada sobre un bellísimo promontorio rocoso que nos hizo comprender el motivo por el que Capri es elegida por tantos italianos y tantos europeos llegados de lugares más fríos. La bonanza del clima, la vegetación, la belleza, en suma, de toda la isla, además de la riqueza arqueológica de ruinas griegas y romanas completan la feliz estancia de los que allí arriban. La hora del almuerzo al borde del mar para degustar los exquisitos platos italianos a base de espaguetis y lasañas. A un lado los famosos “fararlionis” tantas veces fotografiados, al otro la “Grotta Azzurra”. Por encima de nuestras cabezas la pequeña iglesia de San Andrea, invitaba a la oración y al silencio.
El barco se alejaba de Nápoles mientras algunas de sus cúpulas se iban perfilando en el horizonte. El sol enrojecido descubre una bellísima puesta de sol y el jacuzzi, en cubierta, funcionando a todo rendimiento. Por la noche, la penúltima cena. De gala y acompañados del Capitán. Los platos, como siempre, exquisitos, de primerísima calidad e impecable elaboración.
Por fin, la Ciudad Eterna, Roma, último destino de nuestro periplo marítimo. Al llegar a la estación de Civitavecchia, mientras esperábamos al tren, más de doscientos soldados, perfectamente uniformados, atravesaban el hall de la estación. Eran tan jóvenes que apenas les había crecido la barba. Los trajes de camuflaje, los cascos y los fusiles nos indicaron que les esperaban misiones imposibles.
La Plaza de San Pedro, por fin. Una inmensa tarima de madera estaba preparada para acoger a miles de fieles que querían estar presentes para asistir a los actos religiosos de Su Santidad. Era Viernes Santo. En el interior del Vaticano, siete kilómetros de galerías nos conducían inmersos y extasiados ante la contemplación de tanto arte para desembocar en la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Indescriptible el momento. No se concibe tal profusión de belleza. Al salir, un hermoso jardín nos volvió a la realidad. Un vigilante nos señaló un rótulo donde se veían figuras en posición horizontal atravesadas por una tachadura. Sentarse sin tumbarse, ésa era la cuestión. En mi retina se confundían el Apolo de Velvedere, el Laocoonte, el Torso de Hércules…Las pinturas, las figuras, los más maravillosos objetos de porcelana o bronce hacen sentir un síndrome del arte difícil de definir.
Tras dos jornadas de navegación donde hubo tiempo para las despedidas y el intercambio de tarjetas llegamos a Barcelona. Atrás quedaban ya los gratos momentos del desayuno entre nuevos amigos donde un suculento bufet invitaba a llenar nuestros platos de los más diversos manjares. Atrás quedaron las conversaciones con los compañeros de mesa: los amigos de Valencia, de Madrid, de Vigo o de Sevilla. Atrás quedaron las noches de baile y atracciones, de juegos y de magia.
Un crucero es siempre recomendable: por el Mediterráneo, por las Islas griegas, por los Países Bálticos, por los Países Escandinavos…un crucero garantiza lo que cualquier viajero anhela para sus vacaciones porque nunca se verá decepcionado.