En estos momentos se encuentran en Egipto 33 españoles desde el pasado sábado. Fueron recibidos ante la Esfinge de Gize por el prestigioso egiptólogo Zai Hawass, uno de los más célebres egiptólogos del mundo, que fue Secretario General del Consejo Supremo de Antigüedades desde 2002 hasta 2011, así como ministro de Antigüedades desde el 31 de 2011 hasta marzo.
Este hombre, amante de su pueblo y del Mundo Antiguo, es el que más ha luchado para que vuelvan a Egipto los numerosos tesoros que se hallan distribuidos por diferentes museos del mundo. De hecho, fue el primero que encabezó un movimiento orientado en esta causa. Por ejemplo, fue el que exigió la devolución de la famosa piedra Roseta.
Zai Hawass se ha hecho muy popular en los últimos tiempos debido a aparecer en diferentes televisiones como consecuencia de los importantes hallazgos que su equipo de trabajo está llevando a cabo. Recientemente ha sacado a la luz los monumentos que se hallaban ocultos en la ciudad dorada de Luxor. Este hallazgo está calificado como el más importante tras el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, según palabras del egiptólogo Hamdi Zaki, encargado de organizar el viaje para los españoles.
Como se sabe, España siempre ha tenido excelentes relaciones con el país de los faraones, basta recordar el hermoso regalo del Templo de Debod que Egipto hizo a Madrid y que luce hermoso junto al Paseo del Pintor Rosales. Además de estas relaciones institucionales los españoles tienen un gran amor a Egipto y son muchos los que viajan cada año hasta el país, unos para descubrirlo por primera vez y otros para seguir disfrutando de los nuevos hallazgos que con tanta frecuencia se producen. Al respecto dice el amigo Hamdi Zaki que el deporte preferido por los vascos, «la sogatira», es exactamente igual que el que aparece registrado en las paredes de la tumba de Mirarukka de Sakkara que data del año 2340.
Esta pandemia ha dado un duro golpe al turismo y Egipto, como España, se ha visto seriamente afectado, por eso las autoridades luchan por recuperarlo de nuevo coincidiendo con la denodada lucha contra la Covid 19 y la vacunación masiva que, por suerte, se está produciendo en el mundo entero. Por tanto, se espera que antes de que acabe el año, Egipto vuelva a recibir masivamente a los turistas.
Precisamente, hace una semana, tuvimos la oportunidad de presenciar un magnífico desfile en el que 22 momias de reyes y reinas, que llevaban enterradas tres mil años bajo las piedras y la arena del Valle de los Reyes, fueron trasladadas desde el Museo Egipcio en el que permanecían, hasta el Museo de la Civilización. Fueron tres kilómetros lo que recorrió el espectacular cortejo ante millares de egipcios que habían salido a las calles para acompañar a sus reyes. Pero no solamente fueron los egipcios los que pudieron presenciar el acontecimiento ya que 400 canales de televisión se encargaron de retransmitir en directo la ceremonia.
Para la ocasión se construyeron 22 carrozas funerarias exactamente iguales que las que se utilizaban en la antigüedad, hace miles de años. Presentaban decoración faraónica alada y con reflejos dorados. Todas ellas fueron realizadas por artistas egipcios. Estas carrozas, blindadas y con una temperatura adecuada, en su interior, para la perfecta conservación de las momias durante el traslado, iban acompañadas por guardas a caballo y sacerdotes en una ceremonia que rememoraba algunas costumbres de la antigüedad.
Fue un desfile memorable que recreó a la perfección el Antiguo Egipto tanto para quienes lo presenciaban en directo como para los millones de espectadores que veían la televisión. Todos pudieron percatarse del tipo de ceremonias y su desarrollo, de la magnificencia y del lujo, de la forma de vestir, de las riquísimas telas que envolvían cuerpos de hombres y mujeres, de los maquillajes y peinados, de la música y canciones, de los movimientos de los bailarines que desfilaban junto a las carrozas. Todo fue un derroche de fantasía, luz y color. Esa noche, el mundo pudo descubrir un Egipto vivo que emergió milagrosamente de las arenas del desierto.
Concha Pelayo